POR ALBERTO SALCEDO RAMOS
DIARIO DEPORTES
Te escribo impresionado por las noticias funestas que han protagonizado varios futbolistas colombianos en los últimos días. Entiendo que a tus catorce años el único Dios en el que crees es Messi y el único templo que te interesa es la cancha. Ignoro si te llamas Stiven, Jackson, o Cláyder, pero sé que si te bautizaron con alguno de esos nombres es porque no naciste en la cuna de un magnate. En consecuencia, no viajarás hoy a las Bahamas en yate privado. Tendrás que seguir partiéndote el lomo en el mercado público como ayudante de tu tío matarife.
Quizá a estas alturas
estarás creyendo que también yo me burlo de los nombres de ustedes, los
futbolistas colombianos. De ninguna manera: los menciono solamente para
recordarte tus orígenes humildes. En nuestro país el nombre jamás es lo de
menos, muchacho. Muéstrame tu partida de bautismo y te diré los estudios que
les faltan a tus viejos, los platos que le faltan a tu mesa.
Los chicos de tu edad que
son hijos de ricos ya saben quién fue Abraham Lincoln. Tú no lo sabes pero te
llamas Lincoln Martínez. Ahora bien: el fondo de mi mensaje sería el mismo si
llevaras un nombre tradicional como Jorge o Pedro.
Volvamos entonces al
punto de partida. Dondequiera que estés ahora -en la barriada Belén Rincón de
Medellín o en un playón arenoso de Tumaco - seguramente te habrás enterado de
ciertas calamidades recientes que te atañen.
Un domingo, al amanecer,
fue asesinado el exjugador del Junior Cristian Racero. Otro domingo fue
ultimado el jugador de Uniautónoma Álex de Avila (su compañero Herly Alcázar
resultó herido). Las dos tragedias tuvieron como factor común que las víctimas
se encontraban ebrias en establecimientos inseguros. En ambos casos hubo riñas
previas. Como si fuera poco, el jugador Juan Carlos Deusa, del Chicó, pateó a
su mujer en una calle de Tunja.
Si me pusiera a recitar
la lista completa de los futbolistas asesinados en los últimos años por andar
de agresivos, o por frecuentar los antros de la noche, o por involucrarse en
negocios turbios, coparía el espacio asignado a esta carta.
Más bien te recuerdo que
no naciste en la pacífica Islandia sino en la irascible Colombia. Aquí nos
matamos hasta por minucias. Vivir de farra en farra aumenta las posibilidades
de ganarse una puñalada o un balazo en la tómbola diaria de nuestra barbarie.
El camino que transitarás
está repleto de peligros. Acaso en tu primera experiencia profesional te
toparás con este contrasentido: compañeros que dicen haber escogido el fútbol
para mantenerse lejos de las drogas, pero cuyos sueldos son pagados por el
narcotraficante dueño del equipo.
Bienvenido a tu país, muchacho. Quizá verás matar,
quizá verás morir. De nada valdrá que esquives rivales con tu gambeta
portentosa, mientras en el campo minado que te espera afuera de la cancha te
pongas a dar malos pasos. De nada te servirá que sepas meterle el pecho a la
pelota si después no sabes cómo sacárselo a los problemas.
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