lunes, 2 de junio de 2014

El cañonero de isabel López ......Antonio Rada partió a la inmortalidad

Por Hugo ILLERA
Diario Deportes

Se fue el maestro Antonio Rada. Goleador, buena persona y bohemio. Vivió la vida como la quiso vivir. Entre el fútbol, los amigos y un buen trago. Al final, a pesar de su enfermedad, del cáncer que pasó de la próstata, a los huesos y al cerebro, de perder la vista, y no reconocer a las personas en sus últimos días, el cañonero estuvo rodeado por su familia, sus amigos y por el periodista Francisco Figueroa Turcios, su ángel guardián, desde aquella vez en que fue a entrevistarlo en su casa cercana alMetro. Al despedirse, desde el lecho de su cama, le dijo implorando: “Pacho, no dejen que me muera…”.
Dramático, terriblemente humano. Antonio Rada, goleador, cañonero, un hombre fuerte y duro en sus años de futbolista, héroe del 4x4 con la Unión Soviética en el Mundial de Chile 1962 en el partido en que anotó el tercer gol después del gol olímpico de Marcos Coll, un hombre rudo, gladiador, con una potencia inusitada en sus piernas, el mismo que renunció al Deportivo Pereira para jugar en la Selección Colombia de los costeños (la de ADEFUTBOL) y el que rompió la malla con un gol sublime, sin dejarla caer, luego de un pase de Armando Miranda vistiendo la camiseta del Junior en una tarde gloriosa en el Romelio Martínez. Esa gloria de nuestro fútbol, ese goleador natural, imploraba con las palabras ahogadas por la desesperanza que no lo dejaran morir.
Pacho Figueroa no lo dejó morir. Lucho a brazo partido con su familia para que eso no ocurriera. Buscó médicos, medicinas, tocó puertas. Luchar por la vida del maestro Rada se le convirtió en un apostolado. Luchó a brazo partido con la muerte, a la que alejó, la puso a distancia y le alargó la vida al goleador.
Gracias a Pacho no “se dejó morir” a Antonio Rada. Rada murió por que la enfermedad fue severa e implacable con él. Hasta en el mismo infortunio de saberse mal operado en la primera intervención de próstata que le hicieron. Lamentable.
Ayer, cuando crucé mensajes con Pacho Figueroa, me contó algo dramático. No quise llamarlo pues sabía que íbamos a terminar llorando. Rada significó mucho para las generaciones que lo vimos jugar, hacer goles y luego dirigir equipos. Como los seleccionados del Atlántico con los que salió campeón.
Me contó Pacho que el sábado, horas antes que Antonio Rada muriera, el olímpico Marcos Coll, su compañero y amigo en la Selección Colombia, le pidió a Figueroa que lo llevará a verlo. Pacho le comentó a Marquitos que el maestro ya no reconocía por la metástasis del cáncer en el cerebro.
Admirablemente, en medio de la oscuridad de su cerebro y ojos, reconoció a Marcos, habló con él y, al despedirse, se dieron un abrazo eterno. Fue la mejor despedida, el abrazo cálido de dos gladiadores, de dos héroes, de dos jugadores de fútbol excelsos, de dos inolvidables.
Y mientras el arcano insondable recibía al maestro Antonio Rada en su paso a la eternidad, el maestro Marcos Coll, con su visita y su abrazo, le dejaron en claro que no lo dejaron morir, que se fue simplemente porque la vida se mueve entre nacer y morir. Y porque un alma buena como la de Francisco Figueroa tocó esta puerta y la otra para cumplir con lo que le gritó aquel día desde aquella cama. Lástima sí que quienes tienen que velar por nuestras figuras y por nuestros ancianos se olviden y desechen a quienes deben proteger simplemente porque son humanos y no trastos viejos que se olvidan en el cuarto de San Alejo…

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