martes, 3 de junio de 2014

Últimos días de Andrés Escobar

Por Revista Don Juan

Los hinchas, en cambio, lo han erigido como un dios, se lo tatúan en la piel, llevan su lápida al estadio y cuidan de que se recuerde como una gran persona y un futbolista excelente. Esta es una reconstrucción hora tras hora de la vida de “el inmortal #2” desde el minuto 33 del partido contra estados unidos en el Mundial de 1994.
Los últimos días de Andrés Escobar Saldarriaga fueron, en apariencia, los de alguien que en nada anticipa qué le va a suceder. Diecinueve días atrás, el 14 de junio, había viajado a Los Ángeles con toda la nómina de la Selección Colombia en un vuelo de Avianca que el periódico El Colombiano calificó como “de ilusiones y esperanzas”. Ese avión era un absurdo, no solo estaba lleno de futbolistas, sino también de reporteros de prensa y televisión. Y como si fuera poco, iba repleto de hinchas optimistas; aficionados que compraron unos paquetes de turismo insólitos que incluían en la tarifa el privilegio de estar en contacto cercano con los jugadores, como si en lugar de atletas concentrados fueran animales de zoológico. Incluso se alojarían en el mismo hotel. Andrés Escobar, sin embargo, era ajeno a ese carnaval. Tenía una ventaja sobre el resto del grupo: una lesión de rodilla lo había alejado de los partidos de la eliminatoria y, sobre todo, del desatino en que se sumió el equipo luego de golear a Argentina el 5 de septiembre de 1993. Convocado de nuevo a mediados de abril, apenas estuvo en los últimos juegos de la pretemporada al mundial, cuando a la selección la inflaron con aire. Por eso se encontraba en un estado distinto al de sus compañeros de equipo. Mientras Bavaria llevaba a su selección de gira y llenaba a los jugadores de bonos y regalos, él había continuado la fisioterapia por su propia cuenta montando en bicicleta por las lomas de Medellín.
Así, en ese clima mental, llegó al mundial. Medía 1,85 metros y pesaba 75 kilos. Sumaba 238 partidos como profesional, 51 con la selección, y con ella un solo gol marcado: el de Wembley, el de cabeza, el del día de su iniciación. Escobar era zurdo, y su estilo de juego, una traducción de su vida: disciplinada y sobria. Devoto de María Auxiliadora, se confesaba con frecuencia. Su personalidad era como su autógrafo, de letra amplia, optimista, ligeramente adornada con unas ondas algo infantiles en los trazos bajos de la E. La suya, en suma, era una mente ágil y sin problemas ni conflictos. Su vida, además, estaba próxima a girar: se casaría en noviembre con su novia, Pamela, una odontóloga, y lo tenían fichado para irse a jugar con el Milan.
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Una vez arranca la copa, colombia juega el 18 de junio contra Rumania y pierde. El 21, Andrés Escobar hizo una declaración a periodistas: “Pesó el hecho de llegar como favoritos”. Y el 22, en el estadio Rose Bowl, en una tarde a 26 ºC, entró alineado como titular a la jornada menos afortunada de su vida como atleta. En el minuto 33, ya se sabe, mete el balón en su propia portería. Los minutos siguientes son un solo esfuerzo por recomponerse. Se ve frustrado e impaciente, pasa del medio campo sosteniendo la bola –algo inusual en su juego– y sube al área rival en los tiros de esquina, como si quisiera intentar algo, quizás ese algo que había hecho contra Inglaterra seis años atrás.
ANDRESESCOBAR
Hinchas de la barra de Los del Sur muestran sus tatuajes del "inmortal #2".
Después del partido su familia va a buscarlo al hotel Marriott de Fullerton. Están preocupados por su estado de ánimo y quieren acompañarlo, pero para su sorpresa lo encuentran tranquilo y, al parecer, frente a ellos pronuncia de manera espontánea su famosa frase “la vida no termina aquí” –aunque Maturana también la usó en entrevistas, así que es posible que la haya oído de él, en el vestuario, durante el entretiempo–. Sin embargo, pese a la calma aparente, esa noche no duerme bien. Está más callado de lo usual y lo mortifica saber que justo ese día, en las graderías del estadio, lo estaban viendo jugar los del A. C. Milan.
El día siguiente, 23 de junio, habló en una rueda de prensa convocada a último momento. El programa inicial suponía que la selección tendría la tarde libre de asuntos de fútbol y todos irían a conocer Disneyland. Tenía sentido, el juego contra Estados Unidos era un mero trámite. Pero resultó todo lo contrario. Así que, en el último momento, la salida se canceló y en cambio el cuerpo técnico decidió ofrecer una conferencia para medios donde, en representación de los jugadores, hablaron Escobar y Córdoba. Ambos tenían que explicar algo que nadie, ni siquiera ellos, entendían.

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