domingo, 22 de mayo de 2016

Hernán Peláez recuerda al "Campeón": Édgar, mi amigo


ABRIL 17 DE 2016

Extraordinario al frente de un micrófono, Perea despertó pasiones con sus memorables narraciones. Fue mi colega y cómplice de muchas aventuras laborales y personales. Un día lo pillamos pintándose las canas y hasta fuimos a una playa nudista en Francia.

Por: Hernán Peláez

Viendo las imágenes de la Catedral de Barranquilla en que se aprecia cómo el pueblo y sus seguidores más genuinos despidieron a Édgar Perea, es sorprendente sentir el cariño y el aprecio que profesan por un hombre que fue mucho más que un locutor deportivo.
Porque mi amigo Édgar convirtió su profesión en una provocación de emociones y de ayudas para la gente. Diría que fue un líder cívico, a través de sus arengas y comentarios. Subió posiciones en el escalafón social, hasta llegar al Congreso de la República. El micrófono fue el dispositivo con el que alcanzó dimensiones inusitadas.
Durante mucho tiempo compartí con él, en cabinas de radio aquí y allá. Por todo el mundo. Creo que mi primera experiencia internacional resultó la final en Roma de una Eurocopa de Naciones. Después en Toulón, en el torneo Esperanzas, al lado de una selección juvenil que orientaba el técnico Eduardo Retat.
A mediados del año 1979 iniciamos un largo y hermoso recorrido con el programa La polémica de los deportes, aunque esencialmente era la polémica del fútbol. Édgar representaba a su región y era el primero en la extensa lista de comentaristas en recibir el paso. Allí dejaba de lado momentáneamente al narrador para pasar a comentarista y analizar, enjuiciar con vehemencia el acontecer del fútbol. Júnior era su bandera favorita y de paso era el mandamás del Romelio Martínez, el inolvidable estadio donde su equipo del alma regalaba las mejores tardes.
Por supuesto su manera de hablar era tajante, seria y en el momento de la controversia no escatimaba adjetivos y se podía apreciar el entusiasmo para señalar el mal comportamiento de un árbitro o destacar la calidad de un jugador o pedir una sanción para el indisciplinado y camorrero.
Fueron muchas las noches en las que sus diálogos picantes con el también recordado Jaime Ortiz Alvear conseguían un punto altísimo, no solamente de sintonía, sino que alimentaban la pasión de los oyentes por los temas y planteaban un constante ir y venir en las opiniones. Otros compañeros en el programa, como Wbéimar Muñoz, Óscar Rentería, Javier Giraldo Neira, Juan Manuel González, Luis Alfredo Céspedes, Carlos Lanao y algunos más, conseguían atemperarlo o picarle la lengua, aunque sinceramente resultaban un grupo de trabajo maravilloso. ¡Cómo olvidarlo!
También son inolvidables sus discrepancias periodísticas con Fabio Poveda, Efraín Peñate y Abel González. Eso sostenía localmente la afición por el Júnior de Barranquilla
Con Édgar transmitimos la Copa Libertadores, la Copa América, el torneo Preolímpico; dos Mundiales de mayores, el de Italia 1990 y Estados Unidos 1994; el fútbol en el estadio El Campín, cuando decidió radicarse en Bogotá. Siempre dijo que era de Barranquilla, aunque había nació en Chocó. Su raza negra tuvo en él un representante digno y un defensor a ultranza.
Su versatilidad lo llevó a narrar boxeo y acompañar a Pambelé en sus mejores días y peleas. Narró béisbol, trasegó en el ciclismo y por eso estuvo en el Tour de Francia, el mayor reto para los ciclistas nuestros. Asistió también a los Juegos Olímpicos y mundiales de cuánto deporte se transmitiera.
Gran amigo y compañero de viaje. En esos momentos nos divertíamos y manejábamos la ausencia de la familia y el país con charlas, anécdotas, apuntes. Alguna vez, no recuerdo quién, lo sorprendió en un baño de hotel tiñéndose las canas, ¡porque era bien vanidoso! Ahí lo apodamos Picasso, por aquello del pincel y la pintura.
En Caracol Televisión nos encargaron de un programa llamado Blanco y Negro. Viajamos, entrevistamos personajes y en una de esas fuimos a Santa Marta a conocer Pescaíto y a ver cómo jugaban los menores. Encontramos a Osvaldo Calero, entre otros, y cuando regresamos, él se quedó en su ciudad y yo llegué a Bogotá. En la noche y en pleno programa de Polémica, Jaime Ortiz me saludó al aire y me anotó: “Lo vieron en un mercedes blanco con chofer negro”. Todo porque Édgar tenía su ostentoso mercedes blanco y fuimos en él a Santa Marta. Cuando Jaime dijo eso, ya han de suponer la reacción de Perea.
Un hombre noble, de sentimientos especiales. Cuando falleció Jaime Ortiz, Édgar fue el primero en venir de Barranquilla a la sala de velación, porque en el fondo eran amigos y de admiración mutua.
Ahora que se comenta la tristeza de una epidemia como el zika, podría decir que Édgar Perea propició una epidemia de nacionalismo enfervorizado. De su garganta salieron voces que alimentaron el espíritu colombiano. Con él aprendimos a gozar con los triunfos y a asimilar las derrotas. Siempre regaló optimismo y aun en situaciones dramáticas de su voz, como pasó con aquel golazo de Freddy Rincón en el Mundial de Italia 90, supo sacar fuerzas para contagiarnos hasta casi desfallecer.
No olvido su fe de buen creyente y su devoción por la Virgen del Carmen, cuya figura siempre llevaba a los estadios. Pero también fue cómplice de alguna pilatuna, como cuando nos metimos en una playa nudista de Pampelone, en el sur de Francia…
Compartí con Édgar situaciones casi inverosímiles. Una vez me pidió el favor de que hiciéramos escala en París, porque tenía que cambiar un zapato de mujer. Resulta que en el viaje anterior había comprado un regalo para la señora, un par de zapatos muy finos y elegantes. Cuando los entregó, se dio cuenta de que eran dos números diferentes. Un año después se presentó en el almacén en los Campos Elíseos, le cambiaron el zapato y el propietario, sorprendido por el hecho, le regaló otro par.
Departimos en Paraguay estupendas tertulias con Epifanio Rojas, un empresario de jugadores y dirigente principal del Modesto Tembetary. En el hotel de Asunción, largas horas conversando con Ladislao Kubala, Sergio Goycochea –aquel que fue arquero de Millonarios y jugaba para Cerro Porteño– y Marcos Lubensky.
En el grupo de Caracol y en esas ausencias largas de la tierra, compartía gratos momentos con Marco Antonio Bustos, otro personaje; Wbéimar y Juan Manuel González. En contraste por etapas, peleaba con Fuad Char, el hombre duro del Júnior. Pero con él también negoció una emisora: Mar Caribe.
Le gustaba sentarse al piano e intentar distraer las horas largas entre partido y partido. Siempre que me veía fumando pipa, me regañaba y me decía: “Deja esa porquería, que te va a matar”. Nunca lo vi fumar y sí añorar el sancocho de su Barranquilla.
Fue embajador, sin que por ello olvidara su oficio de impulsor de emociones. Compartimos climas, ciudades, torneos por toda la geografía. Pasamos dificultades, cuando las trasmisiones traían problemas técnicos, aunque con el negro siempre fuimos ganadores. Compartimos con jugadores, técnicos, muchos de ellos objeto de sus cáusticas críticas, como lo recordarán Carlos Bilardo y Roberto Marcos Saporiti. Fue un genuino compañero de excursiones y, como debe pasar, deja un huella que crecerá con el tiempo y el recuerdo. Gracias, Édgar, por tener siempre presente a “Colombia, mi patria querida”.
Gracias, amigo.

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