lunes, 7 de junio de 2010

¡Qué gran árbitro fue Roldán…!


Por: Chelo de Castro C.

Léase bien y asimílese mejor (¡gracias anticipadas!) que en ningún momento trataremos de dictar cátedra de fútbol, que si nunca lo hemos intentado en deportes ante los cuales tenemos lustros y decenios de servicios periodísticos, como muy poquitos pueden decir lo mismo en este hemisferio, muchísimo menos podemos ni intentarlo siquiera en un deporte que, como el balompié, tiene centenares de verdaderos expositores.

Simplemente que hemos observado ante ‘la catarata del Iguazú’ que se ha desparramado en todo el país por el partido en el que Junior le dañó el ‘caminao’ al equipo que ya se creía campeón —un triunfalismo anticipado que nos parece que es una dura, durísima lección recibida por una Equidad que quedó ‘desequidada’ a las volandas— han sido muchos los colegas que se han olvidado de la forma como el árbitro Roldán dirigió y sacó indemne un partido de fútbol para el cual habían tantas intenciones ‘non sanctas’ preparadas de antemano.

La gran cualidad de Roldán, la que predominó a lo largo de 90 minutos dignos del circo romano del siglo XVI, que se montó en el estadio Roberto Meléndez, se llama tacto. Y Roldán lo tuvo en todo momento como factotum de contención, de llamamiento a la cordura y a la serenidad, cuando 11 matarifes futboleros llegaron a Barranquilla más que resueltos a ser campeones a como diera lugar; por las buenas o por las malas; a las patadas y a los insultos (los jugadores de Junior confiesan que no les mentaban la madre menos de 10 o 15 veces y a grito pelado, validos que ese eco no llegaba a las tribunas) pero que el título se iba de vuelta en el vuelo chárter, que generalmente es el gasto que se hace cuando se tiene la certidumbre del ‘no hay con quien’, el mismo lema que trajeron los cartageneros en 1935 para su equipo de béisbol y tuvieron que regresar con el rabo entre las piernas.

Por la misma razón por la que hemos censurado lo que se ha venido haciendo en el boxeo actual de altura —un amor desbocado por la exactitud milimétrica en la toma del tiempo, declarando noqueados a púgiles que se van parando para seguir, es por lo que defendemos a todo árbitro de fútbol que desdeña las infracciones minúsculas.

A este arquero Muñoz le decretaron un penalty porque con la yema de los dedos tocó a un contrario en el área, quien como buen pícaro, de tantos como tiene este fútbol de hoy, se zambulló en la grama. Roldán sabe disimular lo insignificante; no lo magnifica, como hacen otros. En el interior dicen que dizque se ‘comió’ dos penaltys a favor de Equidad. Ni tampoco desparramó tarjetas amarillas por cualquier ‘quítame estas pajas’. Esto es, un gran árbitro, si así lo quieren admitir los maromeros de la Comisión Arbitral.

Señor Roldán, ¡venga esa mano!



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