viernes, 30 de julio de 2010

ESTADIO ROMELIO MARTINEZ Viejo querido, estamos de vuelta


La palabra volver encierra nostalgia, recuerdos, tiempos idos. El Estadio Romelio Martínez nos recuerda todo eso. Nostalgia por aquellas tardes, recuerdos de los grandes partidos de aquellos buenos tiempos. Volver al Romelio es desandar lo andado. Volver a caminar por aquellos caminos de tardes llenas de público, de fiesta desbordante, de jugadores de valía, de triunfos sublimes.

En el Romelio nos hicimos periodistas deportivos. En el Romelio nos emborrachamos de triunfo con las dos primeras estrellas del Junior. El viejo querido era un fortín, una cancha sagrada, un templo.

Cuando Junior cambió al Romelio por el Roberto Meléndez hubo llantos, abrazos de despedida y promesas de no olvidar. Ahora, cuando el fútbol nos hace volver, al viejo estadio, nos daremos cuenta que tanto a cambiado la ciudad, veremos otro entorno externo pero, dentro, el espíritu aquel seguirá intacto.

Con seguridad veremos a aquellos jóvenes que no volvieron al fútbol en protesta por el cambio de escenario y, con seguridad, esos jóvenes, que hoy pintan canas, extrañarán a Pedro, a Juan, a Carlos. A esos que ya no están pero cuyo recuerdo los mantiene vivos en la mente de sus excompinches de gradería. En el Romelio había cofradía y hasta asientos perpetuos. Los mismos se veían con los mismos cada quince días.

Es posible que el volver al Romelio sea el último acto del estadio que muere como los viejos elefantes, de pie. La urgencia del desarrollo de la ciudad le robó ya su entorno, los parqueaderos, su carrera 46. El mismo empuje y la misma dinámica de la ciudad hará, más pronto que tarde, que el Romelio termine de morir. Cuando eso suceda no preguntaremos por quién doblan las campanas pues ellas doblarán por todos nosotros.

Hoy, cuando en el mundo entero se construyen nuevos estadios, a expensas de los viejos, cuando vemos caer las viejas estructuras para que la nueva arquitectura y la nueva ingeniería hagan maravillas nosotros, los barranquilleros, no soñamos con más nada que seguir pujando y rogando para que esa joya de la arquitectura del mundo se mantenga en pie.

Para que el Romelio siga batallando, siga luchando, siga resistiendo a morir. Para que aquella vida, aquellos recuerdos, aquellas alegrías, aquellas victorias y aquellos abrazos sigan perennes representados en las viejas paredes, en las viejas columnas, en las viejas gradas, en el viejo estadio.

Se que, este domingo, muchos cumpliremos con aquel deseo que se volvió esperanza en 1986 cuando, sin mirar atrás para no llorar, salimos del Romelio Martínez en lontananza rumbo al Roberto Meléndez.

Pero los deseos y las esperanzas traen consigo sabores dulces y agridulces. Dulces por el volver, por el retorno, por el reencuentro. Agridulce por las ausencias.

Ausencias vivas y muertas. Ausencias vivas como la de Edgar Perea, Embajador en Suráfrica, como la de Juan Illera Palacio que, me dicen, hace ratos no sale de casa. Y muertas como las de Adelita de Char, Fabio Poveda, Orejita Núñez y tantos otros que hicieron grande a este Junior. Y mi tía Faride que tuvo la feliz idea de llevarme, alguna tarde de domingo, a conocer al equipo rojiblanco.

Solo los costeños del caribe y cuantos nacionales y extranjeros que jugaron en el Romelio sabemos exactamente lo que representa esa construcción vetusta, ese icono de los tiempos.

Cuando se construyó fue señal inequívoca que la Barranquilla joven estaba madurando pero también, cuando caiga, será porque esa misma Barranquilla seguirá edificando su grandeza, como urbe, a expensas de sus cimientos eternos.

Vamos al Romelio Martínez a reencontrarnos con toda la vida que contiene y a darnos un abrazo en un escenario que nos enseñó a ganar.

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