domingo, 23 de mayo de 2010

Un adiós ahogado en el llanto



Desde el minuto 30 del segundo tiempo tenía un lagrimón que se le quería escapar. El pitazo final solo hizo que se desprendiera, solito, y que la agonía no lo dejara ni ‘madriar’. “No puedo decir nada más, ¿para qué?”.
Carlos Velásquez incubó esa lágrima durante casi todo el segundo tiempo. Sabía que iba a caer, lo quería, soñaba con ese llanto, pero tenía la esperanza de que cayera de alegría, y no de tristeza de ver eliminado a su Medellín, en un partido en que la justicia fue más ciega que nunca.

Para Carlos el silencio fue la única manera de escaparse del dolor. Con el cuello de la camiseta cubriendo su nariz, mascullaba el dolor en silencio, mientras sus vecinos de occidental gritaban a todo pulmón, porque creían que el juez fue de todo, menos el que impartía justicia.

“Nos merecimos ganar, eso es obvio. Pero no hay quién la meta arriba y así es muy difícil. Lo que da rabia no es perder, sino no pasar contra un Junior tan flojo, y hasta jugando bien como nosotros. Esta vaina no es justa”, sostiene Carlos, guardando el aliento para no gritar barrabasadas.

Pero no todo el partido fue de lágrimas contenidas. Fue de nervios, de uñas comidas, de pellizcos al vecino, de gritos de gol ahogados.
El rojo fue muy ansioso, tanto que salió antes que los árbitros a la cancha. Y sus delanteros estuvieron tan neviosos que solo una jugada de un desconocido arte marcial paraguayo, interpretado con más ganas de técnica por Mario Giménez, fue la única alegría para un sentimiento local que puso a parir a más de 26.709 almas.

Fue en el minuto 37 del primer tiempo, y desde ese momento el Atanasio calentó las sillas, y cada vez que el balón llegaba a los delanteros locales, todos se paraban como si las butacas fueran candela. Pero había que freír al tiburón, no al hincha.
El segundo tiempo fue un drama, con pizcas de buen fútbol y grandes tramos de novela de Corín Tellado.

“Yo no estoy nervioso. Es raro, hasta estoy tranquilo”, decía el aficionado Sergio Cano tras el 1-0, que mantenía esa confianza de darle vuelta a un partido bravo, contra un rival que pensaba más en el carrito de los enfermeros que en el arco de Brayan López.
Pero esa confianza de que el gol estaba por caer, se desvaneció poco a poco. Terminó en madrazos colectivos, en chiflidos a los rivales, en insultos para el árbitro. Las lágrimas, guardadas para el milagro, se escurrieron tras la derrota. Fue un adiós injusto, ahogado en un llanto que era de alegría.

Los aficionados rindieron un afectuoso saludo a Brayan López, quien pese a los temores por la ausencia de Aldo Bobadilla, fue uno de los más aplaudidos y queridos por la tribuna. Otro que recibió gran ovación en su entrada fue Nelson Barahona.

En las tribunas se vieron caras conocidas por lado y lado. Varios ex rojos como Darío Sierra y Carlos Castro, junto a miembros del plantel como Juan David Muriel y Roberto Cortés. Macnelly Torres llegó a apoyar a Junior, junto a 1.500 hinchas viajeros.

Con cánticos que bajaban desde la tribuna norte, la hinchada despidió a Leonel Álvarez, quien desde hoy será el asistente de la Selección Colombia. El técnico saludó, y se despidió con golpes sobre su pecho. “Gracias a toda esta hinchada”, dijo.

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